El narrador de historias
Érase una vez un rey que tenía, por asistente y amigo, a un hombre cuya facilidad para contar historias rebasaba casi lo imaginable. Cuando el rey se disponía a descansar, el hombre tenía el cometido de narrar al monarca varias leyendas y fábulas para facilitarle el sueño. Pero ocurrió que, en cierta ocasión, los problemas del monarca eran tan grandes y numerosos que le resultaba imposible conciliar el sueño con el número de historias acostumbradas. Quiso entonces el rey escuchar más historias, pero el hombre decidió contarle dos menos y muy cortas.
- Esta noche me gustaría escuchar una muy larga y tras ella podrás irte a descansar- Dijo el rey a su asistente y amigo, poco satisfecho con aquellas historias tan cortas.
Tras aquellas palabras el hombre obedeció, arrancándose de la siguiente forma:
«Un campesino tomó cierto día mil libras de monedas de penique, y compró con ellas dos mil ovejas. Cuando las iba conduciendo hacia el refugio, el arroyo que había que cruzar para llegar estaba tan crecido que no se podía de ninguna manera cruzar a la otra orilla. El campesino, apesadumbrado, logró encontrar una barca, pero era demasiado pequeña para transportar en ella a todas las ovejas. Dándole vueltas a su cabeza, llegó a la conclusión de que podría transportarlas de dos en dos…»
Llegados a este punto de la historia, de repente, el narrador se durmió. Pero poco duró el descanso, ya que el rey no había quedado satisfecho aún con la historia y decidió despertarle al momento:
- Cuéntame el final de la historia.
- Señor, el arroyo era ancho, la barca muy pequeña y las ovejas numerosas, ya se lo he contado. Y ahora tenemos que esperar a que el campesino las vaya trasladando de dos en dos para que sepamos cómo termina la historia- Respondió el astuto narrador de historias, que no deseaba pasarse la noche en vela.
Y pensando y pensado en el final de la historia, que tan extraña le resultaba al monarca, cayó rendido sobre su almohada sin necesidad de más palabras.
EL POETA Y EL HERRERO
Existe una leyenda, acerca de un poeta muy famoso de la antigüedad, que conoceréis ahora. El poeta, natural de Florencia, Italia, se llamaba Dante Alighieri. Dice su historia que, dando el poeta una tarde un agradable paseo, quiso el destino que se cruzase con el taller de un herrero que se hallaba batiendo el hierro sobre el yunque, al tiempo que canturreaba. En ese momento Dante distinguió algunas frases de la letra de aquellas canciones que el herrero canturreaba, y pudo entender que lo que cantaba el hombre era justamente su gran e importantísima obra de la Divina Comedia, adulterada con invenciones propias y al ritmo de la música.
Dante entró entonces en el taller del herrero, y, agarrando su martillo lo tiró a la calle. Arrojó después también las tenazas, la cizalla y cuantas herramientas encontró a su alcance.
- Pero, ¿qué demonios hace? – Exclamó el herrero.
- ¿Qué hace usted?- Preguntó a su vez Dante.
- ¿Pues no lo ve? Trabajar en mi oficio. Y usted, sin más, arroja a la calle mis herramientas, echándolas a perder. ¡Debería avergonzarse!
- Si no quiere que le estropee sus herramientas, no maltrate usted las mías.
- Pero, ¿qué dice? Está usted loco. ¿Qué es lo que he echado a perder, si se puede saber? Y, ¿qué tengo yo que ver con usted?
- Está cantando lo que yo escribí con mucho esfuerzo un día, y no lo canta como lo escribí yo, sino quitando y poniendo lo que se le antoja al ritmo de una canción. De este modo usted echa a perder mi oficio, y yo no tengo otro que el de escribir.
Entonces, tras aquella conversación, fue el herrero el que sintió que debía avergonzarse y agachó las orejas marchándose. En lo sucesivo, el herrero tuvo mucho cuidado de lo que cantaba, y dejó en paz la Divina Comedia de Dante.
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